Es indudable la actualidad del Santo Evangelio. Su continua reflexión puede ayudarnos a encontrar respuestas para las diatribas de nuestra vida cotidiana, sobre todo en una sociedad globalmente relativista, en la que, la Verdad, es ignorada, cuando no tristemente manipulada.
Los contemporáneos de Nuestro Señor se encontraban divididos entre los que eran sus seguidores y los que no creían en Él. Como Cristo es la Verdad (Jn 14, 1-12) estaban a favor de la Verdad o en contra de Ella.
El siguiente pasaje de la Santo Evangelio, resulta elocuente al respecto:
“En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie” (Jn 8, 31-42).
Lo mismo le sucedió a Pilato que estuvo frente a la Verdad encarnada y no La reconoció:
“…Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo.Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz.» Pilato dijo: «¿Y qué es la verdad?»…” (Jn 18, 37-38). Poco después, se lavó las manos.
Hoy también están los seguidores de Cristo y los que se oponen a Él. Hoy vivimos bajo la dictadura del relativismo. Hoy padecemos el autoritarismo de diversos tipos. Y hoy la solución es la misma: permanecer en la Palabra de Nuestro Señor, es decir, defender la Verdad; la única Verdad que es Cristo.
Siempre que se produzca una división y una de las partes sea “la Verdad”, nuestro lugar como Caballeros del Santo Sepulcro –y antes como bautizados- es tomar parte por la Verdad, por Nuestro Señor.
No interesa quien se oponga: “…El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo,
desparrama…” (Lc 11, 15-26).
Lo realmente importante es estar siempre del lado de la Verdad. Y la Verdad es objetiva porque “es” Cristo (“Ego sum via, véritas et vita” Jn 14, 1-12).
En cambio, los que no reconocen la Verdad, son obstinados, son pertinaces en el error. Se cierran a la Gracia de Nuestro Señor. Eso le pasó a Pilato y también a los fariseos.
El error es pecado y el pecado divide. El pecado y la división son obra del demonio que es padre de la mentira. En cambio la Gracia nos une Cristo y nos une entre nosotros.
Quien contradice a Cristo, divide, porque no permanece en la Verdad.
No hay poder sobre la tierra que nos aparte del amor a Cristo y de su Iglesia. Hemos jurado defenderla y honrarla. Hemos de ser coherentes con nuestra vida y con nuestra palabra. La Verdad no cambia porque Cristo no cambia y nuestro lugar es siempre junto a Nuestro Señor.