La Pascua es un período especial para todos los miembros de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén. A través de ese tiempo, nos acompaña cada día el misterio de la Cruz, de la Sepultura y de la Resurrección de Cristo. El Sepulcro es el símbolo del fin de la vida de Jesús, y su vacío es el símbolo del regreso de Cristo a la vida gloriosa, donde sus discípulos, hombres y mujeres, lo encuentran resurrecto y vivo.
Es entonces, para nosotros, una época especialmente preciosa del año. Durante este período, sería mi deseo que cada uno de nosotros medite sobre el significado de pertenecer a la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén.
La creación de la Orden responde al deseo de involucrar a hombres y mujeres calificados que quieran colaborar en una muy noble causa que ha tenido siempre un lugar central en los corazones de todos los cristianos: ofrecer ayuda a la Tierra Santa y a sus instituciones humanas, culturales y espirituales, y servir a la Iglesia y a las Comunidades que viven allí respetando los derechos humanos fundamentales, al mismo tiempo que se favorece el diálogo entre pueblos diversos y se promueve la paz. Jesús nos recuerda que los promotores de la paz, los pacificadores, serán llamados hijos de Dios (Mateo 5:9). Esta bienaventuranza nos preocupa y nos impone una obligación seria, ya que, además de ser nuestro ideal, constituye el metro para la comparación y para el juicio.
Nuestra pertenencia a la Orden no fluye solamente de nuestro deseo de participar. Eso no es suficiente: cada miembro debe tener la dignidad y la disposición correcta para ser parte de la Orden. En el fondo, se puede decir que requiere una vocación, además de estar disponible. Las Damas y los Caballeros han sido en realidad creados por la autoridad de la Iglesia; su nombramiento no se basa en su condición social ni su herencia familiar. Nace de la madurez de cristianos sensibles que buscan contribuir al bien de Tierra Santa, la Tierra de Jesús, el Redentor, que fue hecha Santa por Su presencia, por Su palabra y por Su sacrificio.
Por ello, en esta ocasión, es mi deseo que cada uno de nosotros reflexione sobre el modo de hacer de nuestra Orden una institución adecuada que corresponda con sus propios fines.
Cada uno de nosotros debe discernir si ése es nuestro llamado; percibir, sin caer en perfeccionismos engañosos, si ésta es “mi Orden”, capaz de generar en mí generosidad, amistad y estima. Me complace pensar que ser un Miembro de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén generará en cada uno de nosotros el mismo estupor experimentado por María Magdalena y los discípulos al ver el Sepulcro del Señor vacío y al encontrarse con Él resurrecto. Esto los llenó de un gozo sin límites.
¡Recomiendo que en las vidas de las Damas y los Caballeros nunca falte la oración que nos acerca a Cristo, ni la caridad, que es la virtud de nuestra vocación específica como cristianos, ni la generosidad, como convicción de que hacer el bien es un servicio aún mayor para uno mismo, aún antes de que lo sea para otros! Espero que estas reflexiones nos acompañen en nuestro sendero hacia la Pascua, un camino trazado por la Iglesia para nuestra santificación.
Feliz Pascua