La Orden del Santo Sepulcro además de tener una especial devoción al Santo Sepulcro y a la Pasión de Nuestro Señor, tiene también una fuerte vocación por socorrer a los desamparados o necesitados, especialmente de Tierra Santa.
Así, los Caballeros y las Damas contribuyen económicamente que se concreta a nivel mundial en una suma de aproximadamente 10 millones de euros anuales, que son destinados al Patriarcado Latino para la ayuda de 60 parroquias, unas 40 escuelas y más de 150.000 fieles, en Jordania, Palestina, Israel y Chipre.
Las instituciones del Patriarcado, tales como parroquias y escuelas particularmente, son el objeto esencial de esta solidaridad material que también concierne, en una menor medida, a proyectos precisos de restauración o de construcción siempre validados en Roma por el Gran Magisterio.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica nº 1826, “la caridad es la primera de las virtudes teologales: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Co 13,13)”, es la virtud por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1822) y es, según San Pablo, el vínculo de la perfección (Col 3, 14).
Dios nos creó por amor, para amar. El ejercicio de esta virtud nos ayuda a que personalmente nos configuremos con Cristo que es la cima de la perfección. Sin embargo, esa perfección no sería tal si nos olvidásemos del prójimo.
El socorro a los necesitados implica la ayuda material en la medida de nuestras posibilidades, la Iglesia Santa desde los primerísimos tiempos del cristianismo cuidó de las viudas y los huérfanos y con el correr de los siglos se preocupó de los esclavos, de los desvalidos, de los enfermos, de los niños y de los ancianos. Uno de los ejemplos más relevantes es el de Santa Teresa de Calcuta.
La caridad no se agota en la ayuda material. Indudablemente, la mayor obra de caridad es salvar el alma de nuestro prójimo, por eso mismo, las obras materiales van siempre acompañadas de la enseñanza de la doctrina y de la vida sacramental.
En este sentido, la Iglesia nos enseña las obras de misericordia corporales y espirituales:
Obras de misericordia corporales
Visitar a los enfermos | Vestir al desnudo |
Dar de comer al hambriento | Visitar a los presos |
Dar de beber al sediento | Enterrar a los difuntos |
Dar posada al peregrino |
Obras de misericordia espirituales
Enseñar al que no sabe | Consolar al triste |
Dar buen consejo al que lo necesita | Sufrir con paciencia los defectos del prójimo |
Corregir al que se equivoca | Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos |
Perdonar al que nos ofende |
Los Caballeros y las Damas de la Orden del Santo Sepulcro procuran encarnar las enseñanzas evangélicas tanto a nivel personal como corporativo.