Difuntos

“En Él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” (Prefacio I de difuntos, Misal Romano).

La muerte es una de las consecuencias del pecado original. Sin embargo, Dios no abandonó al hombre (Catecismo nº 410) sino que le anunció la victoria sobre el mal en el así llamado Protoevangelio (Gen 3,15). Nuestro Señor con su Gloriosa Resurrección ha vencido a la muerte y por eso bien podemos decir con san Pablo: muerte ¿dónde está tu vicoria? (1 Cor 15, 55-57). Los católicos no disociamos los conceptos muerte-resurrección porque son dos realidades intrínsecamente unidas por voluntad de Dios.

Precisamente el texto transcripto del prefacio de difuntos dice: “…vita mutatur, non tollitur…” porque si morimos con Crsito, con Él resucitaremos (Rom 6, 8-10). Somos viatores, peregrinos en este tierra pero con el cielo como claro objetivo, nuestra “mansión eterna”.

El Catecismo expresa en que “Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo” (nº 2300). Recordamos la costumbre de visitar en el cementerio a nuestros difuntos, de mandar a hacer las misas a perpetuidad a través de la Comisaría de Tierra Santa y de rezar por todos ellos: parientes, amigos y conocidos. El cariño y el respeto que les tenemos se manifiesta mediante nuestras oraciones y mortificaciones por ellos. Esto no es otra cosa que la Iglesia peregrinante que intercede por la Iglesia Purgante.

La Santa Iglesia, con sabiduría materna, nos enseña además, que bien podemos lucrar indulgencias y aplicarlas a los difuntos (Catecismo de la Iglesia nº 1479).

Es por ello, que la Santa Misa que nuestra Lugartenencia celebra todos los años resulta de importancia y tiene particular relevancia de todos los Caballeros y las Damas, fraternalmente unidos rezando unos por otros.