La Bienaventura Virgen María, Reina de Palestina

La Bienaventurada Virgen María, Reina, que engendró al Hijo de Dios, Príncipe de la paz, cuyo reino no tendrá fin, y que es saludada por el pueblo cristiano como Reina del cielo y Madre de misericordia.

Se venera a María como Reina igual que se hace con su Hijo, Cristo Rey, al final del año litúrgico. A Ella le corresponde no sólo por naturaleza sino por mérito el título de Reina Madre.

María ha sido elevada sobre la gloria de todos los santos y coronada de estrellas por su divino Hijo. Está sentada junto a Él y es Reina y Señora del universo.

María fue elegida para ser Madre de Dios y ella, sin dudar un momento, aceptó con alegría. Por esta razón, alcanza tales alturas de gloria. Nadie se le puede comparar ni en virtud ni en méritos. A Ella le pertenece la corona del Cielo y de la Tierra.

María está sentada en el Cielo, coronada por toda la eternidad, en un trono junto a su Hijo. Tiene, entre todos los santos, el mayor poder de intercesión ante su Hijo por ser la que más cerca está de Él.

La Iglesia la proclama Señora y Reina de los ángeles y de los santos, de los patriarcas y de los profetas, de los apóstoles y de los mártires, de los confesores y de las vírgenes. Es Reina del Cielo y de la Tierra, gloriosa y digna Reina del Universo, a quien podemos invocar día y noche, no sólo con el dulce nombre de Madre, sino también con el de Reina, como la saludan en el cielo con alegría y amor los ángeles y todos los santos.

La realeza de María no es un dogma de fe, pero es una verdad del cristianismo. Esta fiesta se celebra, no para introducir novedad alguna, sino para que brille a los ojos del mundo una verdad capaz de traer remedio a sus males.

Fue el Patriarca Luigi Barlassina (1920-1947), con motivo de su entrada solemne en la Basílica Catedral del Santo Sepulcro, el 15 de julio de 1920, y de la consagración de la Diócesis a María, cuando la invocó por primera vez con el título de “Reina de Palestina”.

El vínculo particular de Nuestra Señora, Reina de Palestina, con la Orden de Caballería del Santo Sepulcro remonta al pontificado de san Juan Pablo II. En 1983, 50 años después de la institución de la fiesta, san Juan Pablo II – dirigiéndose a los Caballeros y Damas de las Lugartenencias de Italia septentrional y central – les exhorta a ser testigos de Cristo en la vida diaria y continuar la obra de la Orden en Tierra Santa bajo la protección de Nuestra Señora.

Diez años después, en 1993, el Gran Maestre de la Orden, el cardenal Giuseppe Caprio, pidió a san Juan Pablo II la elección de Nuestra Señora, Reina de Palestina, como patrona de la Orden. El Santo Padre respondió el 21 de enero de 1994 con un decreto que acordaba lo que había sido pedido.

Difuntos

“En Él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” (Prefacio I de difuntos, Misal Romano).

La muerte es una de las consecuencias del pecado original. Sin embargo, Dios no abandonó al hombre (Catecismo nº 410) sino que le anunció la victoria sobre el mal en el así llamado Protoevangelio (Gen 3,15). Nuestro Señor con su Gloriosa Resurrección ha vencido a la muerte y por eso bien podemos decir con san Pablo: muerte ¿dónde está tu vicoria? (1 Cor 15, 55-57). Los católicos no disociamos los conceptos muerte-resurrección porque son dos realidades intrínsecamente unidas por voluntad de Dios.

Precisamente el texto transcripto del prefacio de difuntos dice: “…vita mutatur, non tollitur…” porque si morimos con Crsito, con Él resucitaremos (Rom 6, 8-10). Somos viatores, peregrinos en este tierra pero con el cielo como claro objetivo, nuestra “mansión eterna”.

El Catecismo expresa en que “Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo” (nº 2300). Recordamos la costumbre de visitar en el cementerio a nuestros difuntos, de mandar a hacer las misas a perpetuidad a través de la Comisaría de Tierra Santa y de rezar por todos ellos: parientes, amigos y conocidos. El cariño y el respeto que les tenemos se manifiesta mediante nuestras oraciones y mortificaciones por ellos. Esto no es otra cosa que la Iglesia peregrinante que intercede por la Iglesia Purgante.

La Santa Iglesia, con sabiduría materna, nos enseña además, que bien podemos lucrar indulgencias y aplicarlas a los difuntos (Catecismo de la Iglesia nº 1479).

Es por ello, que la Santa Misa que nuestra Lugartenencia celebra todos los años resulta de importancia y tiene particular relevancia de todos los Caballeros y las Damas, fraternalmente unidos rezando unos por otros.

Exaltación de la Santa Cruz

La Exaltación de la Santa Cruz (en griego: Ὕψωσις τοῦ Τιμίου Σταυροῦ; en latín: Exaltatio Sanctæ Crucis). En ella se rememora y se honra la Cruz en la que fue crucificado Jesús de Nazaret. La fecha de esta celebración es el 14 de septiembre ya que ese día es el aniversario de la consagración de la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén en el año 335 de la era actual, tras haber sido descubierta la cruz por Santa Elena.

Años después, el rey Cosroes II de Persia, en el 614 invadió y conquistó Jerusalén y se llevó la Cruz poniéndola bajo los pies de su trono como signo de su desprecio por el cristianismo; hasta que fue recuerada por el emperador Heráclito. Según manifiesta la historia, al recuperar el precioso madero, el emperador quiso cargar una cruz, como había hecho Cristo a través de la ciudad, pero tan pronto puso el madero al hombro e intentó entrar a un recinto sagrado, no pudo hacerlo y quedó paralizado.

El patriarca Zacarías que iba a su lado le indicó que todo aquel esplendor imperial iba en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo cuando iba cargando la cruz por las calles de Jerusalén. Entonces el emperador se despojó de su atuendo imperial, y con simples vestiduras, avanzó sin dificultad seguido por todo el pueblo hasta dejar la cruz en el sitio donde antes era venerada. Los fragmentos de la santa Cruz se encontraban en el cofre de plata dentro del cual se los habían llevado los persas, y cuando el patriarca y los clérigos abrieron el cofre, todos los fieles veneraron las reliquias con mucho fervor, incluso, su produjeron muchos milagros.

En la liturgia se tiene constancia de esta celebración desde el siglo IV. El color litúrgico del día es el rojo. Tradicionalmente, en esta fiesta se exponen las reliquias de la Santa Cruz, si existen en el templo.

Hasta 1970, se celebraba otra fiesta litúrgica relacionada con el tema de la Cruz de Gólgota: la invención de la Santa Cruz, que se celebraba el 3 de mayo. En esta festividad el cristiano recordaba el papel central que juega la Cruz en su vida, respondiendo al llamado de Jesucristo: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga». (Mateo, 8, 24).

Himno (vísperas)

Las banderas reales se adelantan
Y las cruz misteriosa en ellas brilla:
La cruz en que la vida sufrió muerte
Y en que, sufriendo muerte, nos dio vida

Ella sostuvo el sacrosanto cuerpo
Que, al ser herido por la lanza dura,
Derramó sangre y agua en abundancia
Para lavar con ellas nuestras culpas.

En ella se cumplió perfectamente
Lo que David profetizó en su verso,
Cuándo dijo a los pueblos de la tierra:
“ Nuestro Dios reinará desde un madero”.

¡Árbol lleno de luz, árbol hermoso,
árbol hornado con la regia púrpura
y destinado a que su tronco digno
sintiera el roce de la carne pura!

¡Dichosa cruz que con tus brazos firmes,
en que estuvo colgado nuestro precio,
fuiste balanza para el cuerpo santo
que arrebató su presa a los infiernos!

A ti, que eres la única esperanza,
Te ensalzamos, oh cruz, y te rogamos
Que acrecientes la gracia de los justos
Y borres los delitos de los malos.

Recibe, oh Trinidad, fuente salubre
La alabanza de todos los espíritus,
Y tú que con tu cruz nos das el triunfo,
Añádenos el premio, oh Jesucristo. Amén

Fiestas de la orden

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) enseña que “la Liturgia es «acción» del «Cristo total» (Christus totus). Los que desde ahora la celebran participan ya, más allá de los signos, de la liturgia del cielo, donde la celebración es enteramente comunión y fiesta” (CIC nº 1136).

Es un deber de la Iglesia «celebrar la obra de salvación de su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año. Cada semana, en el día que llamó «del Señor», conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua.

Además, en el ciclo del año desarrolla todo el Misterio de Cristo. […] Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación» (SC 102). (CIC nº 1163)

“El pueblo de Dios, desde la ley mosaica, tuvo fiestas fijas a partir de la Pascua, para conmemorar las acciones maravillosas del Dios Salvador, para darle gracias por ellas, perpetuar su recuerdo y enseñar a las nuevas generaciones a conformar con ellas su conducta. En el tiempo de la Iglesia, situado entre la Pascua de Cristo, ya realizada una vez por todas, y su consumación en el Reino de Dios, la liturgia celebrada en días fijos está toda ella impregnada por la novedad del Misterio de Cristo”. (CIC nº 1164)

“El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de Pascua”. (CIC nº 1171)

«En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María (CIC nº 1172) (…), y hace memoria de los mártires y los demás santos «proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido glorificados con Él; propone a los fieles sus ejemplos, que atraen a todos por medio de Cristo al Padre, y por sus méritos implora los beneficios divinos» (SC 104; cf SC 108 y 111). (CIC nº 1173)

El calendario de la Iglesia, el calendario del propio país, y el de la propia comunidad, establece las categorías de celebración litúrgica: Solemnidad, Fiesta, Memoria, Conmemoración y Feria.

Solemnidad:

Es la celebración de mayor rango; se caracteriza porque su «día litúrgico» dura más de 24 horas: comienza al atardecer del día calendario anterior, y termina al terminar el día calendario, por lo tanto tiene dos misas (la de la tarde anterior y la del día). En la misa de las solemnidades hay dos lecturas, salmo y Evangelio.

No todas las solemnidades son iguales entre sí, también hay una jerarquía entre ellas; la mayor de todas es la Pascua (madre de todas las solemnidades), luego otras mayores, como el Nacimiento de Jesús y otras dedicadas a la vida de Jesucristo, los domingos, las de la Virgen María y los santos, e incluso celebraciones que a lo mejor son de menor rango para la Iglesia universal, pero que en una determinada comunidad puede ser exigible que se celebren como solemnidad, como la celebración del santo patrono.

Si una solemnidad cae, por ejemplo, en domingo, y ese domingo es de mayor rango, la celebración de la solemnidad se mueve a otro día, pero no se quita.

Los domingos son siempre solemnidad (se recomienda la lectura de la Encíclica Dies Domini de San Juan Pablo II).

Fiesta:

Dura como un día calendario. Muchos textos aluden al tema de la fiesta, pero no todos. En la misa hay una sola lectura, salmo y Evangelio, como en los días de semana. Tienen esta jerarquía, por ejemplo,  las celebraciones de los Apóstoles, las distintas advocaciones de la Santísima Virgen, los evangelistas, etc.

Memoria:

Son las celebraciones de los santos o acontecimientos de la vida de Jesucristo o de la Virgen María de menor rango. Muy pocos textos de la liturgia hacen relación al tema de la celebración, no interrumpen el curso de la lectura bíblica que se venga haciendo.

La memoria puede ser «libre» u «obligatoria», enel primer caso, puede omitirse, mientras que en el segundo debe celebrarse cuando el calendario litúrgico así lo indica; no hay ninguna diferencia en el modo de celebrarlas.

Conmemoración:

Durante los días del 17 al 24 de diciembre, en la Octava de Navidad y en toda la Cuaresma, no se puede celebrar ninguna memoria, ni siquiera las memorias de las comunidades particulares, por ese motivo, si una memoria cae en esos tiempos, se convierte en «Conmemoración», y es de celebración libre.

Esto es especialmente importante en la Cuaresma, porque como sus fechas son variables, -y además es un tiempo relativamente largo de cinco semanas-, siempre ocurre que hay memorias que coinciden con las ferias de cuaresma, que son de mayor rango; esas memorias se vuelve «conmemoración».

Feria:

Son los días litúrgicos que no tienen ninguna de las calificaciones anteriores. De todos modos, como se puede deducir, también están organizados jerárquicamente: las ferias del tiempo ordinario son las celebraciones de menor categoría litúrgica, pero las de Cuaresma son más importantes que las memorias.

Las ferias tienen secuencias de lecturas que las ligan unas con otras, de manera que a cada tiempo, en sus ferias se va desarrollando -a través de las lecturas y los textos en general– el tema que le corresponde (penitencia, espera de la segunda venida, espera de la primera venida, celebración de la resurrección, espera del Espíritu Santo, etc.).

«Los Caballeros y las Damas de la Orden del Santo Sepulcro, pueden lucrar indulgencia plenaria cristiana en cada una de estas fiestas, cumpliendo, además, con los requisitos establecidos por la Penitenciaría Apostólica»


Santa Elena

18 de agosto


San Pío X

21 de agosto


La Exaltación de la Santa Cruz

14 de septiembre


La bienaventurada Virgen María, Reina de Palestina

25 de octubre


Difuntos

2 de Noviembre

Santa Elena

Esta gran santa se ha hecho famosa por haber sido la madre del emperador que les concedió la libertad a los cristianos después de tres siglos de persecución, y por haber logrado encontrar la Santa Cruz de Cristo en Jerusalén.

Los historiadores discuten el origen exacto de Flavia Julia Helena, también conocida como Santa Elena de la Cruz o Elena de Constantinopla. Algunos afirman que probablemente haya nacido en el año 250 en Drépano, Bitinia (antiguo reino localizado al noroeste de Asia Menor y al suroeste del mar Negro) y murió en Roma hacia el año 330. Era hija de un posadero, y especialmente bella. Elena significa: «antorcha resplandeciente».

Llegó por esas tierras un general muy famoso del ejército romano, llamado Flavio Valerio Constancio (en latín: Flavius Valerius Constantius; Dardania, Serbia, 31 de marzo de c. 250-Eboracum, Britania, 25 de julio de 306), conocido comúnmente como Constancio I o como Constancio Cloro,​ fue emperador del Imperio romano desde 293 hasta 305 como César y desde 305 hasta 306 como Augusto. Los historiadores bizantinos le añadieron el epíteto Cloro, con el que se le conoce comúnmente.

Constancio se enamoró de Elena y se casó con ella en el año 272. De su matrimonio nació un niño llamado Constantino que se iba a hacer célebre en la historia por ser el que concedió la libertad a los cristianos.

Cuando ya llevaban un buen tiempo de matrimonio, el emperador de Roma, Maximiliano, ofreció a Constancio Cloro nombrarlo su más cercano colaborador, pero con la condición de que repudiara a su esposa Elena y se casara con su hijastra. Constancio, con tal de obtener tan alto puesto repudió a Elena y en el año 292 se casó con Flavia Maximiana Teodora. Y así, ella tuvo que estar varios años abandonada. Pero esto mismo la llevó a practicar una vida de santidad.

Al morir Constancio Cloro (año 306), su hijo Constantino fue proclamado emperador por el ejército. Si bien era pagano, respetaba a los cristianos.

Cuenta el historiador Eusebio de Cesarea que Constantino, en el año 311 tuvo que presentar una terrible batalla contra Majencio, jefe de Roma. La noche anterior a esa batalla, Constantino tuvo un sueño en el cual vio una cruz luminosa en los aires y oyó una voz que le decía: “In hoc signo, vinces” (“Con este signo vencerás”); y que al empezar la batalla mandó colocar la cruz en varias banderas de los batallones y que exclamó:

“Confío en Cristo en quien cree mi madre Elena”. La victoria fue total, y Constantino llegó a ser Emperador y decretó la libertad para los cristianos, que por tres siglos venían siendo muy perseguidos por los gobernantes paganos.

A partir de la victoria obtenida en el puente Milvio en Roma, el nuevo emperador decretó que la religión católica tendría en adelante plena libertad (año 313) y con este decreto terminaron tres siglos de crueles y sangrientas persecuciones que los emperadores romanos habían hecho contra la Iglesia de Cristo.

Constantino amaba inmensamente a su madre Elena –convertida al cristianismo- y la nombró emperatriz, y mandó hacer monedas con la figura de ella, y le dio plenos poderes para que empleara el dinero del gobierno en las obras buenas que ella quisiera.

Escritores sumamente antiguos como Rufino, Zozemeno, San Juan Crisóstomo y San Ambrosio, cuentan que Santa Elena, pidió permiso a su hijo Constantino para ir a buscar en Jerusalén la cruz en la cual murió Jesús. En su búsqueda, demolió el templo erigido a Venus en el monte Calvario e hizo cavar hasta que le dieron noticias, en los primeros días de mayo, de haber encontrado tres cruces. Como no se podía distinguir cuál era la cruz de Jesús, llevaron a una mujer agonizante. Al tocarla con la primera cruz, la enferma se agravó, al tocarla con la segunda, quedó igual de enferma de lo que estaba antes, pero al tocarla con la tercera cruz, la enferma recuperó instantáneamente la salud.

Fue así como Santa Elena, y el obispo de Jerusalén, Macario I, y miles de devotos llevaron la cruz en piadosa procesión por las calles de Jerusalén. Y que por el camino se encontraron con una mujer viuda que llevaba a su hijo muerto a enterrar y que acercaron la Santa Cruz al muerto y éste resucitó. Por este motivo, se suele representar a Santa Elena con una cruz en la mano.

Elena mandó construir un templo en el monte de los Olivos, un templo en Belén y un tercer templo, la iglesia del Santo Sepulcro (en latín, Ecclesia Sancti Sepulchri), también conocida como basílica del Santo Sepulcro, Iglesia de la Resurrección o Iglesia de la Anástasis, que contiene el Calvario y el Santo Sepulcro.

La iglesia del Santo Sepulcro fue construida como estructuras diferenciadas entre dos lugares sagrados: la gran basílica (el Martyrium visitado por Egeria en torno a 380), un atrio cerrado y columnado (el Triportico) con el lugar asociado tradicionalmente al Calvario en una esquina, y a través de un patio,​ la rotonda denominada Anástasis (“Resurrección”), donde Santa Elena y el Obispo Macario creyeron que Jesucristo fue enterrado. El templo cristiano se consagró el 13 de septiembre de 335.

También cuenta San Ambrosio que Santa Elena, aunque era la madre del emperador, vestía siempre con mucha sencillez y se mezclaba con la gente pobre y aprovechaba de todo el dinero que su hijo le daba para hacer limosnas entre los necesitados. Que era muy piadosa y pasaba muchas horas en el templo rezando.

También es tradicionalmente conocida por buscar los restos de los Reyes Magos que actualmente se conservan en la Catedral de Colonia así como los del Apóstol Matías, depositados en la abadía de San Matías de Tréveris.

Por muchos siglos se ha celebrado en Jerusalén y en muchísimos sitios del mundo entero, la fiesta del hallazgo  (o Invención) de la Santa Cruz, el día 3 de Mayo mientras que la Exaltación de la Santa Cruz se festeja el 14 de septiembre.

San Pio X

Nació el 2 de junio de 1835 en la ciudad de Riese, provincia de Treviso, Reino de Lombardía-Venecia y fue bautizado con los nombres de Giuseppe Melchiorre Sarto. Fue elegido papa el día 4 de agosto de 1903. Su lema fue “instaurare omnia in Christo” (Ef 1,10). En consecuencia, su mayor atención giró siempre sobre la defensa de los intereses de la Iglesia.

Es recordado por haber reinado con fortaleza y con objetivos muy claros, como la formación de los sacerdotes, la promoción del Catecismo, la Comunión frecuente y, quizás el más importante, su lucha contra el modernismo; coherente con su programa de gobierno, confeccionó la primera codificación de la Ley canónica y publicó el Decreto “Lamentabili” (llamado también el Syllabus de Pío X), en el que sesenta y cinco proposiciones modernistas fueron condenadas. La mayor parte de estas se referían a las Sagradas Escrituras, su inspiración y la doctrina de Jesús y los Apóstoles, mientras otras se relacionaban con el dogma, los sacramentos y la primacía del Obispo de Roma.

Inmediatamente después de eso, el 8 de Septiembre de 1907, apareció la famosa Encíclica “Pascendi”, que exponía y condenaba el sistema del Modernismo. Este documento hace énfasis sobre el peligro del Modernismo en relación con la filosofía, apologética, exégesis, historia, liturgia y disciplina, y muestra la contradicción entre esa innovación y la fe tradicional; y, finalmente, establece reglas por las cuales combatir eficazmente las perniciosas doctrinas en cuestión y el conocido Motu proprio “Sacrorum antistitum” (1910) que contiene el juramento anti modernista.

Fue siempre un promotor de la música sacra; como Papa publicó en1903, un Motu Proprio sobre música sacra en las iglesias, y, al mismo tiempo, ordenó que el auténtico Canto Gregoriano se utilizara en todas partes.

Murió el 20 de agosto de 1914 en Roma, Reino de Italia. En 1951 sus restos fueron trasladados a la Basílica de San Pedro. En su epitafio se lee: “Su tiara estaba formada por tres coronas: pobreza, humildad y bondad”.

Fue declarado beato el 3 de junio de 1951​ y canonizado el 3 de septiembre de 1954, por Pío XII en ambas ocasiones.

Su fiesta se celebra el 21 de agosto.

ORACIÓN

Glorioso Papa de la Eucaristía, San Pío X, que te has empeñado en “restaurar todas las cosas en Cristo”. Obténme un verdadero amor a Jesucristo, de tal manera que sólo pueda vivir por y para Él. Ayúdame a alcanzar un ardiente fervor y un sincero deseo de luchar por la santidad, y a poder aprovechar todas las riquezas que brinda la Sagrada Eucaristía. Por tu gran amor a María, madre y reina de todo lo creado, inflama mi corazón con una tierna y gran devoción a ella.

Bienaventurado modelo del sacerdocio, intercede para que cada vez hayan más santos y dedicados sacerdotes, y se acrecienten las vocaciones religiosas. Disipa la confusión, el odio y la ansiedad, e inclina nuestros corazones a la paz y la concordia, a fin de que todas las naciones se coloquen bajo el dulce reinado de Jesucristo.

Amén.

JORNADAS DE MEDIO ORIENTE: “Incógnitas de un conflicto irresuelto”

JORNADAS DE MEDIO ORIENTE: “Incógnitas de un conflicto irresuelto”

Dentro de la finalidad de la Orden y con el objeto de dar a conocer y profundizar la situación en Tierra Santa, se organizó en octubre de 2016 junto con la Pontificia Universidad Católica Argentina una Jornada cuyo título fue “Medio Oriente: incógnitas de un conflicto irresuelto”, en el cual, bajo la organización y moderación del Dr. D. Carlos Piedrabuena (CCOSS) disertaron el Dr. Lucio Somoza, la Dra. Marina Saglietti y el Gral Div (R) Julio Hang.

Vistas de la Jornada en la Pontificia Universidad Católica Argentina «Santa María de los buenos Aires»

Esta Jornada tuvo éxito y dado el interés demostrado por los asistentes la Orden le encomendó al Dr. Piedrabuena
que organizara un seminario que permitiera abordar con mayor extensión y profundidad esta temática tan compleja.

Así, durante el último cuatrimestre de 2017  -junto con la Universidad Católica de La Plata-, se desarrolló el Seminario con varias conferencias dictadas por especialistas relacionadas con el ayer y hoy de la vida de los católicos en Tierra Santa. La idea de buscar respuestas a las preguntas ¿cómo se originó el conflicto? ¿Cómo está la situación bélica hoy? ¿Cómo se ve afectada la vida de los católicos? ¿Cómo se encuentra hoy la comunidad católica?, entre otras; coadyuvaron a organizar este Seminario, cuyos videos presentamos.

La difusión de esa situación y la prospectiva que presenta, junto a nuestra oración y nuestro apoyo a la comunidad católica, son parte de nuestra misión fundamental.

Autoridades

Lugarteniente
SE Lic. D. Juan Francisco C. Ramos Mejía
Gran Oficial

Gran Prior
SER Mons. Héctor Aguer
Gran Oficial

Consejo

Canciller
Lic. D. Santiago Bergadá
Caballero

Secretario
Cdor. D. Federico Eijo de Tezanos Pinto
Caballero

Tesorero
D. Fernando Menéndez Behety
Comendador

Ceremoniero laico
Esc. D. Gustavo Arigós
Comendador

Ceremoniero eclesiástico
Pbro. D. Alejandro Álvarez Campos
Comendador

Consejero
Dr. D. Ezequiel N. Pereyra Zorraquín
Comendador

Consejero
D. Guillermo Leguizamón Mayol
Caballero

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LUGARTENIENTES DE HONOR

SE Prof. Dr. D. Isidoro Ruiz Moreno
Gran Cruz
Lugarteniente (1997 – 2005)

SE D. Eduardo Antonio Santamarina
Gran Cruz
Lugarteniente (2007 – 2015)