La Navidad y la conversión personal

La Navidad es una de las fiestas litúrgicas más importantes del año porque la Iglesia recuerda nada menos que el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Un hito histórico pero más importante aún es un kairos en la Historia de la Salvación.

La Encarnación de Cristo en las purísimas entrañas de la Santísima Virgen María anuncia ya la inminente Salvación del Hombre de las garras del demonio, del pecado; Decreto Redentor que será cumplido “hasta el fin”, totalmente, con Su Muerte y gloriosa Resurrección.

El Nacimiento del Redentor es el cumplimiento de las profecías. De acuerdo al famoso aforismo de San Agustín: «In vetere Testamento novum latet, in novo vetus patet», es decir, «En el Antiguo Testamento el Nuevo está latente, en el Nuevo el Antiguo resulta patente» (cf. Quaestiones in Heptateucum, II, 73). La Navidad es parte del plan salvífico de Dios.

“El anuncio del Gén 3 se llama «protoevangelio», porque ha encontrado su confirmación y su cumplimiento sólo en la Revelación de la Nueva Alianza, que es el Evangelio de Cristo. En la Antigua Alianza este anuncio se recordaba constantemente de diversos modos, en los ritos, en los simbolismos, en las plegarias, en las profecías, en la misma historia de Israel como «pueblo de Dios» orientado hacia un final mesiánico, pero siempre bajo el velo de la fe imperfecta y provisional del Antiguo Testamento. Cuando suceda el cumplimiento del anuncio en Cristo, se tendrá la plena revelación del contenido trinitario y mesiánico implícito en el monoteísmo de Israel. (…) El análisis del «protoevangelio» nos hace, pues, conocer, a través del anuncio y promesa contenidos en él, que Dios no abandonó al hombre al poder del pecado y de la muerte. Quiso tenderle la mano y salvarlo. Y lo hizo a su modo, a la medida de su santidad transcendente, y al mismo tiempo a la medida de una «compasión» tal, como podía demostrar solamente un Dios Amor…” (San Juan Pablo II, Audiencia General, miércoles 17 de diciembre de 1986).

Esto ocurrió hace dos mil años pero su recuerdo litúrgico anual tiene un verdadero impacto en nuestra relación con Dios porque cada vez es un recordatorio de ese plan salvífico y de la incidencia que tiene la Providencia de Dios sobre nuestra propia vida, porque “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (1 Tim 2,4).

La respuesta del hombre a Dios está incluida en el Plan de la Salvación porque como dijo San Agustín: “Dios que te creó sin Ti no te salvará sin Ti”. Esa respuesta es en nuestra vida cotidiana procurando vivir el Evangelio en las distintas situaciones diarias, actualizando la caridad con Dios y con el prójimo, profundizando la devoción eucarística y la piedad mariana.

Navidad significa crecer en vida interior, en amor a Dios. Los festejos exteriores han de ser una muestra de  la alegría de vivir en Gracia de Dios, son un correlato de lo que sucede en nuestra interioridad. No es posible una Navidad sin Jesús. No sería Navidad sino un festejo como cualquier otro porque Cristo es la causa de nuestra alegría.

El Adviento es el tiempo fuerte de la liturgia que prepara a la Navidad. Tan importante es esta fiesta que lleva varias semanas de preparación y mejoramiento personal. La Sagrada Familia es el ejemplo a seguir. Los misterios Gozos del Santo Rosario nos invitan a la reflexión y a la conversión. Seamos dóciles al Espíritu Santo.